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Un siglo de luchas sociales. Desde la sociedad oligárquica al 'otro reino de la muerte' 

La oligarquía malagueña no vio afectadas gravemente sus posiciones sociales durante la Restauración, aunque los avances de las ideas democráticas, socialistas y anarquistas mientras discurría el reinado, les obligaron a realizar concesiones

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Huelga general de agosto de 1917

Una sociedad oligárquica

Nobleza y burguesía, dos clases imbricadas tras la revolución liberal, compartían en Málaga el poder económico, político y el prestigio social. Como ha escrito María Dolores Ramos, entre todos ellos sobresalían los Larios, que en este período pueden considerarse los "dueños de la provincia". Grandes propietarios de tierras e inmuebles, empresarios, comerciantes y exportadores, la familia Larios controlaba también, desde el partido conservador, la política local malagueña, e influía activamente, para defender sus intereses, en la política nacional. Todavía en las elecciones municipales de 1931 habrá candidatos "laristas", demostrando la permanencia de su poder político.

Junto a esta nobleza emprendedora, se sitúa la burguesía comerciante y exportadora de los Creixell, Sáenz, Taillefer, Barceló, Jiménez, Castell, Van Dulken, etc., o lo que el escritor Salvador López Guijarro llamó el "patriciado de almacén" (Quiles Faz, 1995). Con la burguesía terrateniente, formaban la estructura política de los partidos del turno, liberal y conservador así como del partido romerista en Antequera hasta 1906 en que desaparece Romero Robledo. La oligarquía malagueña no vio afectadas gravemente sus posiciones sociales durante la Restauración, aunque los avances de las ideas democráticas, socialistas y anarquistas mientras discurría el reinado, les obligaron a realizar concesiones. Sin embargo, sus posiciones y actitudes permanecían ancladas en el siglo XIX, contribuyendo peligrosamente a ahondar la distancia entre lo que Ortega llamó la "España oficial" y la "España vital". Una muestra de ello era la persistencia de los hábitos clientelares o de patronazgo, que les llevaban a ejercitar la beneficencia o la caridad para los necesitados, o incluso a sustituir al Estado realizando obras públicas gratuitas en sus cacicatos.

Esta oligarquía utilizaba no sólo las instituciones políticas sino también las organizaciones corporativas y sociales para defender sus intereses. Organismos como la Cámara de Comercio, la Asociación de Labradores, los Sindicatos Agrícolas Católicos o el Somatén, son una prueba de ello.

No todos los grandes contribuyentes se integraban en el grupo que sostenía el sistema de la Restauración, sino que un sector minoritario pero influyente adoptó posturas críticas y reformistas hacia el mismo. Quizá podría apuntarse que ésta era la consecuencia de la diversificación de la economía que se produjo en Málaga desde finales del siglo XIX. Es el caso, también paradigmático, del dirigente republicano Pedro Gómez Chaix, o del criador y exportador de vinos Enrique Scholtz Aponte, jefe del Partido Reformista.

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Viviendas de la zona de La Coracha

Clases medias y obreras

El siguiente escalón social lo constituían las clases medias, llamadas a cobrar un creciente protagonismo a lo largo del siglo XX, el siglo de la sociedad de masas. Medianos y pequeños propietarios, comerciantes e industriales, funcionarios, profesionales, etc, constituían un grupo social cada vez más importante en una provincia cuyo 54% de la población, a principios de la década de los años 30 , vivía en municipios mayores de 10.000 habitantes, y cuya capital, en las mismas fechas, era la quinta de España en población, con 188.000 habitantes. Unas clases medias que se debatían entre los deseos de emulación social de las clases altas, tratando de adoptar sus hábitos sociales y compartiendo su ideología, o que adoptaban posiciones críticas ya fuese por motivos ideológicos o porque actuasen de acuerdo con su verdadera situación económica, próxima a la de las clases obreras. Como decía el diario "El Popular" en 1917, "la clase media es ya menos que vegetariana, es proletaria y farinácea, pues apenas come más que pan y patatas y no en abundancia".

La clase obrera, el sector más extenso de la población, siguió siendo esencialmente campesina, aunque, entre 1900 y 1930, la población activa agraria había pasado del 75% al 60%. El lento y accidentado crecimiento económico tardó también en repercutir sobre los niveles de vida de los trabajadores. El siglo comenzó con malas cosechas y crisis de subsistencias, y el repetido espectáculo de los jornaleros peregrinando a la capital para reclamar trabajo y ayuda o, los que podían, embarcando en el puerto rumbo a América. Ni siquiera en la coyuntura extraordinaria de la Guerra Mundial éstos pudieron beneficiarse debido al fuerte proceso inflacionista de los precios. María Dolores Ramos señala, para todo el período, "la evidencia de que nos encontramos ante un ejército de trabajadores -manuales y de levita- empobrecidos". Y, sin embargo, la clase obrera se beneficia de las mejoras salariales, de la legislación social y laboral -lenta y dificultosamente aplicada- de la progresiva concentración urbana, que suceden paralelamente a los avances en la capacidad organizativa y de lucha tanto sindical como política.

La implantación del movimiento obrero crece a lo largo del siglo, configurándose el perfil característico de la provincia de Málaga: predominio anarquista en la ciudad, donde el socialugetismo avanza lentamente; implantación socialista en el campo, con la creación de la Federación Agrícola de Málaga en 1919, y debilidad del sindicalismo católico, representado por la Federación Católico-Agraria (1919). La conflictividad fue muy alta en todo el período, destacando especialmente la primera década del siglo y los años del llamado "trienio bolchevique" (1918-1920), para perder intensidad después, remitir durante la Dictadura y recobrar de nuevo fuerza a su término, en 1930. La tipología de los conflictos aunque refleje la persistencia de viejas expresiones del malestar social como los motines -contra los consumos o el caciquismo-(Canillas de Aceituno, 1911; Benagalbón, 1914) estuvo dominada por el recurso a la huelga como práctica más generalizada de lucha. No es una casualidad que en el período álgido de la conflictividad coincidiesen la creación del somatén y del sindicalismo católico, instrumentos defensivos de los propietarios, y que se endureciesen las medidas represivas contra las organizaciones obreras.

El sistema aguantó la crisis social combinando las concesiones y la dureza. Así, más de la mitad de las huelgas fueron ganadas por los trabajadores, pero algunos de los conflictos terminaron con víctimas (tres muertos en los sucesos de Canillas de 1911; cuatro en los de 1918 en la capital, dos de ellos mujeres). Paradójicamente, la huelga de mayor contenido político y que atentaba directamente contra el sistema de la Restauración -la convocada a escala nacional en 1917-, tuvo en Málaga respuesta escasa. El golpe militar de 1923 advino precisamente cuando la conflictividad ya había remitido.

Una modernización truncada: la II República

En los años treinta la capital empezaba a convertirse en el gran foco de atracción de la población de la provincia. Con ello, la ciudad crecía urbanísticamente, sometida a una presión demográfica que los servicios apenas si podían cubrir. Como afirma José Velasco, Málaga progresaba al mismo tiempo que mantenía unas diferencias sociales abrumadoras que generaban una fuerte tensión social. Cuantificando el censo de 1930, Velasco señala la concentración de la riqueza en el estrato superior (0,3%), la fragilidad de la clase media (14,3%) y el predominio indiscutible de la clase obrera (85,4%).

La República trajo consigo una mayor democratización social al quedar suprimidos los títulos nobiliarios. Las clases medias cobraron una mayor relevancia, sobre todo en la capital y en las ciudades del interior, y las clases trabajadoras, a través de las organizaciones sindicales, adquirieron también un mayor peso social. La política educativa potenció el prestigio y el reconocimiento social de los maestros y profesores, muchos de los cuales intervinieron activamente en la política republicana.

La crisis económica de los años 30 dificultó el empeño reformista de la II República, enfrentada a problemas seculares de la sociedad española. Los niveles de vida de la clase obrera, pese a la elevación de los salarios, apenas si permitían la subsistencia y la conflictividad social fue muy elevada en todo el período, radicalizándose aun más desde la llegada de Lerroux al poder en 1933, con las huelgas generales de 1934. A la conflictividad urbana se añadía la del campo, donde los ugetistas tenían 21.120 afiliados en 1932 y los propietarios defendían sus intereses a través de la Federación de Sindicatos y Sociedades Agrícolas, en la que destacaban José Carreira, Félix Corrales, Baltasar Peña y José María Hinojosa (López Mestanza, 1994). La población activa agraria era entonces mayoritaria en Málaga (59%), y la lentitud de la Reforma Agraria -hubo 177 asentamientos campesinos- se vio desbordada por la violencia campesina de las ocupaciones de fincas, destrucción de cosechas, asaltos, etc. La polarización social se agravaba así en el campo por las duras condiciones de vida y de trabajo de los jornaleros, e incluso de los pequeños propietarios y aparceros (Velasco, 1992).

Tampoco pudo la República abordar el problema de la asistencia sanitaria por falta de medios, a pesar del interés de algunos médicos como el radical socialista Aurelio Ramos Acosta. En la capital, los barrios obreros -Huelin, Perchel, Malagueta, Coracha, El Bulto, San Rafael, El Palo, El Ejido, etc.-, carecían de agua, luz y de higiene en las casas. Pese a la municipalización del Hospital Noble, la beneficencia sanitaria no atendía más que a 10.000 de las 48.000 familias malagueñas, y los intentos del Ayuntamiento por ampliar esas cifras chocaban, como decía Enrique Mapelli en 1933, con la falta de presupuestos. La clase media baja también sufría las consecuencias, al ser excluida de la beneficencia y carecer de medios para la asistencia privada (Jiménez Lucena, Ruiz Somavilla, 1994).

La brevedad de la experiencia republicana truncó la línea reformista y modernizadora de la sociedad que suponía el reconocimiento del divorcio o la coeducación. La pérdida de poder por parte de la Iglesia permitió el avance de la secularización. La mujer cobró mayor protagonismo como se desprende de la elección democrática de la primera concejala de la historia de Málaga, la socialista Esperanza Puente Caballero. No obstante, la mentalidad social se mostraba remisa al cambio como explica María José González: aunque el cine forjaba y extendía la imagen de la "mujer moderna" (Jean Harlow, Joan Crawford, Marlene Dietrich, etc.), la novela de folletín seguía difundiendo la de la mujer tradicional.

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Retrato de Gamel Woolsey 

'El otro reino de la muerte'

Durante la Guerra, la vida social se vio envuelta por un conflicto en el que se mezclaban el enfrentamiento religioso, de clase, político o localista. Iniciada por el levantamiento militar, la guerra fue el escenario además de un dramático ajuste de cuentas en la sociedad malagueña, dividida entonces más que nunca entre dos bandos que se temían y odiaban al mismo tiempo. No era solamente un enfrentamiento de clase. Para Azaña, la división y la discordia interna de la clase media y la burguesía españolas por razones sociales y religiosas fue la causa del conflicto (Fusi, 1998). El dominio de la provincia por el Frente Popular, y la hegemonía de las organizaciones obreras, afectó a las estructuras sociales y económicas vigentes, así como a la vida cotidiana. La propiedad privada se vio atacada por las incautaciones de fábricas o las ocupaciones de fincas, aunque la pequeña y mediana propiedad fue respetada. Los servicios, salvados los primeros días, volvieron a funcionar con cierta regularidad, así como el abastecimiento, que fue disminuyendo a medida que avanzaba la guerra. Como escribe Gamel Woolsey, los apellidos de la Málaga burguesa fueron entonces una "posesión trágica", lo que llevó a muchos a huir de sus casas y esconderse, como Carlos Crooke, protegido de los Brenan, o los refugiados en los consulados extranjeros. Con la huída o el escondite de las personas de derechas cambiaron también los hábitos cotidianos. La corbata desapareció, y Málaga se llenó de monos azules y camisas sin cuello. Así tuvo que vestirse Pedro Armasa Briales, el elegante profesor de francés del Instituto y político radical, para pasar desapercibido y poder embarcar en el Puerto hacia Lisboa en un mercante alemán, huyendo de la persecución que se le hacía por filoderechista. Con el vestido, también el vocabulario se hizo revolucionario, como el "salud" que, a duras penas, tuvieron que asimilar Gerald Brenan y Gamel Woolsey en vez del tradicional "vaya usted con Dios" o el "buenas noches". Sin embargo, otros extranjeros fueron la excepción: en medio de tantos monos azules y camisas destacaba la presencia de Sir Peter Chalmers Mitchell, en elegante traje de verano con una flor brillante en la solapa, o la del cónsul americano, "vestido de blanco almidonado y resplandeciente". Los "matrimonios libres" fueron otra expresión del intento de subvertir la sociedad burguesa, apareciendo la noticia de su celebración en la ciudad o en el frente en las páginas de "El Popular".

Pese a los intentos de las autoridades, Málaga fue "el reino del terror" durante la guerra. Las noticias alarmistas sobre las atrocidades cometidas en la zona nacional y, sobre todo, los bombardeos sobre la ciudad, fueron cambiando la actitud de la gente y extendiendo un clima favorable a la venganza. Los escondidos vivían con el miedo permanente a ser detenidos y encarcelados, y verse expuestos a las "sacas" en represalia por los ataques nacionalistas. Cuando se produjo la caída de la ciudad, las familias burguesas se sintieron liberadas. Pero el clima de guerra se mantenía, y el deseo de venganza embargó entonces a la Málaga burguesa. Esta vez fueron las propias autoridades políticas y militares las encargadas de llevar a cabo sistemáticamente la represión.

  

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