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Encuentro con el escritor Lorenzo Silva en torno a su novela
"El nombre de los nuestros"
Málaga, 7 de mayo de 2001

El escritor Lorenzo Silva, durante su intervención 

Presentación escrita de Guillermo Busutil
(Leída por Juan Antonio Vigar)

Buenas noches y bienvenidos al frente de guerra. Un frente, qué palabra tan abstracta y fría para definir un campo de batalla, que casi siempre es inabarcable por los muchos rostros y veredas que tiene el combate. Rostros de un paisaje tenso, visible, pero también lleno de espejismos provocados por el miedo, al igual que también existen numerosos ángulos muertos donde se ocultan otros efectos y emociones del drama bélico. Pero en cualquier caso en ese frente del pasado, del presente y del futuro, los soldados póstumos en vida esperan que un día una voz los rescate del olvido. Una voz que otro, como Juan Antonio Vigar hace ahora con la mía y sobre todo como Lorenzo Silva ha hecho con la de los perdedores heroicos de la guerra de África, hará sonar más humana y lúcida y con el único objeto de que los silencios de la historia no sepulten la memoria en carne viva de las víctimas, caídas por una causa que obvió los numerosos indicios que anunciaban la derrota.

Y es que las derrotas bélicas no le gustan a ningún país, a ningún ejército, por lo que resulta necesario que de vez en cuando una voz se deje instrumentalizar por las voces de los muertos que quedaron en el frente y por las voces de los que lograron sobrevivir, pero con esa muerte aplazada dentro de su memoria. Uno de estos últimos fue el abuelo de Lorenzo Silva, protagonista de un conflicto que, como dicen algunos expertos, fue el Vietnam español. Vietnam de arenas doradas, de emboscadas, hambre, desgaste y errores tácticos del alto mando y del que el sargento Silva se llevó una bala con su nombre. Una bala que mucho tiempo después, Lorenzo Silva transformaría en este excelente libro, "El nombre de los nuestros".

Una novela de guerra y perdedores, con la que Lorenzo Silva reafirma la diversidad de su narrativa y su condición de escritor alquímico y camaleónico. Alquímico por la exactitud con la que entremezcla, en el crisol de su literatura, la documentación técnica, el trabajo de campo y la recreación del lenguaje ajustado al argumento. Camaleónico en el tono, en los ambientes, atmósferas y procedimientos que le facilitan parecerse a un bolchevique, asemejarse a un guardia civil de paisano indagatorio o ser, como en esta novela, un oficial de academia al que el lector intuirá ver, riguroso y preocupado por sus hombres, erguido al frente de la numantina resistencia en ese frente, donde los lectores de esta novela sentirán la misma progresión dramática de los personajes y los hechos. Y es que en "El nombre de los nuestros", la guerra y su escenografía histórica no tienen valor decorativo, al igual que Molina, Andreu, Amador, Rosales, no son figuras literariamente pintadas. Muy al contrario, "El nombre de los nuestros" es la guerra de África en versión original y donde la elocuente riqueza del ritmo, la introspección psicológica y la equilibrada contaminación de lo imaginario por la realidad de los hechos, con los que Lorenzo Silva ha trabajado marcialmente, logran que el lector se muerda los labios, que sienta suya la imperfecta humanidad y el anónimo heroísmo de los protagonistas de un libro que a veces quema entre las manos, igual que queman las armas con las que los soldados de Talilit, Afrau y Sidi Dris, esperan morir donde deben o donde la pobreza los ha colocado como carne de cañón, asalto y descubierta. Entre ellos, los lectores de la novela conocerán un período del que se han querido borrar las huellas, aprenderán a amar la sensación de estar vivos y también a respetar la muerte.

Todo ello gracias al escritor que les ha permitido contar su historia, utilizando su voz para ese cometido. Aunque si les soy sincero, al igual que Juan Antonio Vigar pone en escena mi voz ausente, es posible que ahora sea Lorenzo Silva quién le preste su voz al sargento Lorenzo Silva, para que sea él quién hable en el nombre de los suyos.

Gracias.